miércoles, 26 de noviembre de 2008

Noche puertorriqueña

Noche Puertorriqueña

Tengo que decir que estoy sumamente orgulloso del trabajo que hicieron los/las estudiantes de noveno grado en la presentación sobre María Luisa Arcelay el viernes pasado. María Luisa Arcelay es un personaje histórico con bastantes contradicciones—la primera legisladora, pero nunca se identificó con la causa del feminismo; por un lado apoyaba a las mujeres ofreciéndoles trabajo, por otro se opuso tenazmente a aumentos en el sueldo mínimo—y los estudiantes lograron reflejar eso con gran éxito, a mi parecer. Sobre todo quiero destacar el enorme esfuerzo de Antonio Sánchez y Sofía Portela, como líderes estudiantiles, y de mi practicante Ronald Torres, como mentor y guía en lo musical y artístico. También quiero destacar el trabajo y talento de Christian Nieves, en la ejecución de la parte de hip-hop, y Malcolm Cuadra, en su composición, así como el talento y trabajo particular de Anelisse Rivera, Nathalia Sierra, Mónica Setién y Adelfa Vera en el baile. La última coreografía de éstas, acabando con la mirada enigmática de “María Luisa” (Adelfa) luego de un intento/aguaje de levantar a las bailarinas/costureras, no pudo haber sido un final más apropiado para lo que presentamos, y les felicito de todo corazón. En lo afectivo, el grito que soltaron cuando terminaron un ensayo, en el salón 301, y luego de terminar su ejecución en la tarima, están entre mis recuerdos más preciados del magisterio. Son las cosas que hacen que uno piense que todo el esfuerzo sí vale la pena.

Últimos simulacros

Últimos simulacros

Quiero dejar constancia aquí de los últimos dos simulacros del semestre, que correspondían a las unidades sobre jerarquías sociales, y culturas.

El simulacro de jerarquías consistió en darle a cada estudiante nueve cuadritos de cartón con un mismo número escrito, y decirles que tenían que intercambiar cuadritos con otros estudiantes hasta tener todos los nueve números. Esto fue un artificio para hacer que interactuaran, en silencio, según unas reglas que les puse; en las reglas estaba el simulacro.

Además de los nueve cuadritos, cada estudiante recibió una tarjeta con un triángulo verde, rojo, azul o negro por un lado, y por detrás unas instrucciones sobre cómo hacer el intercambio de cuadritos, según el color de la otra persona. Algunas personas tenían que arrodillarse y ofrecer el cuadro en su mano, mientras que otras tenían que tomar el cuadro de la otra y arrojarle el suyo al piso. De esta forma se simulaba las desigualdades sociales que existían en todas las “sociedades de tributo” que hemos estado estudiando. Pretendí, en este simulacro que me inventé en conversación con, y con la ayuda de mi practicante, Ronald Torres, marcar cinéticamente para cada estudiante la diferencia entre nuestra ideología moderna de igualdad social, y las prácticas cotidianas de las sociedades de tributo que se basaban en la idea de que algunas personas eran inherentemente mejores que otras. Ésta es una de las lecciones fundamentales que espero que mis estudiantes saquen del estudio de las sociedades antiguas, y creo que el simulacro fue bastante eficaz: mucho más que el de política, y tal vez tanto como el de economía, que están descritos ya en entradas anteriores a este blog.

El último simulacro, sobre creencias religiosas, lo realizó Ronald (acompañado por mis colegas del área de Estudios Sociales) el viernes 24 de octubre cuando yo estaba en el simposio de la National Association of Laboratory Schools en Florida. Este simulacro fue mucho más creación de Ronald, y consistió en dividir los estudiantes en cuatro grupos y asignarle a cada grupo un mito que presentaba escuetamente una visión de mundo. Todos los mitos, que Ronald mismo buscó y adaptó para estos fines, eran bastante extraños—ninguno fue de una cultura que realmente existió—pero todos tenían algunos elementos que eran más familiares para nuestra cultura. Cada estudiante tuvo, entonces, que ir y tratar de convencer a otros/as estudiantes de que “su” mito era mejor que los demás, y no había penalidad alguna por cambiar de mito. Luego, se tuvo una discusión, y cada estudiante contestó en su libreta (como lo hizo luego de cada uno de los otros simulacros) unas preguntas sobre lo que entendió del simulacro.

Estes simulacro pretendió hacer que cada estudiante se adentrara en una “creencia” extraña, y que mirara y comparara varias “creencias” diferentes en el transcurso del ejercicio. El propósito era enseñar la variedad de creencias que existió en el mundo antiguo, y atisbar cómo era posible que millones de personas creyeran, por ejemplo, como los aztecas, que para que el sol saliera cada día había que sacrificarle un corazón humano latiente aún.

Es una meta ambiciosa, y no creo que se haya logrado bien. Por lo que leí en las libretas, la mayoría de los/las estudiantes se enfocaron en la dinámica del proselitismo, que indudablemente existió en el mundo antiguo, las más veces acompañado de campañas militares y masacres de “infieles”. No lo considero un fracaso total, y me inclino a hacer algo bastante parecido el año que viene, pero voy a tratar de hacerle algunas modificaciones para ir más directamente a lo que quiero que saquen del ejercicio. Lo comparo con el simulacro de política, que seguramente NO repetiré el año que viene, aunque las reflexiones en las libretas sí indican que el propósito del simulacro—ver las dinámicas de competencia entre los diferentes estados del mundo antiguo—se cumplió bastante bien. El simulacro de política tomó mucho tiempo, y voy a tratar de lograr lo mismo con otro artificio el año que viene; éste, en cambio, es más manejable dentro del salón, y creo que puede mejorarse para engranar mejor con los objetivos del curso.